martes, 29 de abril de 2008

Argentinos


Esta foto la saqué en el muelle de Miramar. Como ven, un cartel indica que está prohibido pasar por peligro de derrumbe. Bueno, en Argentina todos pasan, yo no lo hice. Pero ¿Quién no ignoró alguna vez una señal?

domingo, 27 de abril de 2008

Me colgué...

Los vi caminar descalzos. Sentí sus fríos pies como un disparo. Bala que salió del arma que llevaba uno de ellos en la cintura. Esa que es tan frágil, y tan delgada. Fina, como la línea que los separa de la muerte. Quizás el mejor final. Lo que están buscando. Además de un par de botellas. De esas que vacían en la noche para olvidar. No recordar lo que son ni lo que no van a ser. Después de todo ser o no ser ya no es parte de la discusión. Que siempre se va de tema, y no nos lleva a ningún lado. Un costado más de este cuadrado insensible. Que no siente porque no lo dejamos. Oprimimos el sentimiento y los oprimimos a ellos. Que van caminando descalzos.






jueves, 24 de abril de 2008

Mentes amnésicas

Si hay algo que me desespera y me genera gran impotencia, es olvidarme las cosas. Es algo natural en mí, olvidarme las cosas menos importantes, y las que importan también. Es horrible no recordar que hiciste con las llaves de tu casa, te da pánico estar una hora pensando ¡qué carajo comiste anoche!
Pero hay olvidos que son traumáticos, como el de las fechas claves (cumpleaños, aniversarios, etc) que muchas personas no perdonan. En ese caso, pongámosle que te olvidaste del cumple de tu vieja, algo extremadamente exagerado o casi imposible, y al otro día la llamás. Sería algo más o menos así:

Hijo: - Hola Má, ¿Cómo estás?

Madre enfurecida: Bien hijito, ¿no te acordás que día fue ayer?

Hijo: - ¿Ayer? (en ese instante tu mente empieza a revolver papeles y repasar fechas, horas, segundos, aniversarios, casamientos, cumpleaños… y estirás la conversación para tener más atiempo y poder pensar o hasta consultar).

Madre enajenada: - ¡Sí, ayer! (con un tono de enojo, o sea, ya sabés que el olvido es grave)

Hijo: - La verdad que no sé ni que día es hoy Ma (Escapás de la presión con una respuesta que busca piedad, mientras le mandás un SMS a tu hermano para que te diga ¡qué fucking cosa pasó ayer!)

Madre resignada/indignada: Bueno, deberías saberlo. Tuuuuu… cortó.

Después de atravesar una crisis cuasi existencial y no poder recordar ni como te llamas, llega la respuesta salvadora al mensaje envíado. Ahí la llamás, le decís feliz cumple y le relatás tu día agitadísimo tratando de justificar el olvido. Pero nunca te lo va a perdonar, eso grabátelo. Cada vez que haya una pelea, saldrá la historia del cumpleaños a flote, casi como de la nada. Porque hay olvidos que te crucufican.

Otras veces, te olvidás el mismo día de felicitar a alguien, y cuando te recuerdan te hacés el que le estabas poniendo misterio a la cosa. En fin, de las fallas de la memoria, estos pueden ser más dramáticos y traer consecuencias.

También existen otros olvidos, menos trágicos, pero no por ello menos tensos. Como cuando alguien te saluda y no tenés ni idea quién es. Enseguida, lejos de prestar atención a lo que el extraño en cuestión te está diciendo, empezás a descartar hipótesis: ¿Será de la facultad? No, es muy viejo. ¿De la escuela? Menos. ¿Conocido de la flia? No, porque no preguntó por nadie. Entonces, ¿de qué lugar remoto conozco a este paisano?

Si en el transcurso de la charla, no lográs identificar con quién estás hablando, sin pronunciar su nombre y utilizando apodos tales como “jefe”, “maestro” o “amigo” para evitar errores, le seguís la corriente de la conversación, sin profundizar demasiado, y tratás de terminar cuanto antes el intercambio. Luego, te pasás una semana interrogando a tu mente y a la gente, hasta que llegás a la cuenta de que en realidad no lo conocías tanto, fue un “exceso de simpatía” del flaco, haberte saludado.

Olvidarse es algo que nos pasa, hay cosas de las cuales como sociedad o personas no nos podemos olvidar, otras que se puede, pero no se debe y algunas que engrosan nuestro anecdotario. Y como ya me olvidé que más quería poner… creo que acá termina.

Ah! Me acordé ¿Vos de qué te olvidás?

viernes, 18 de abril de 2008

El humo

Existen varias versiones del humo. Muchas veces, cuándo estamos en un lugar que no queremos, desearíamos tener una bomba de humo a mano, de esas que tirás y de golpe desaparecés. También está el humo del asado, que no solo implica que ¡por fin vas a comer algo como la gente!, sino que estás en una de las tan organizadas de antemano, reunión entre amigos. Hay humos que desesperan, humos que engañan y cuando se van, uno se da cuenta de lo que realmente estaba enfrente suyo. También a veces se nos “suben los humos a la cabeza” y queremos matar a cualquier individuo que nos pase por delante o por detrás. No hay que olvidarse del humo de socorro, ¿quién no ha escrito un S.O.S. en el cielo para pedir que lo rescaten? Están los humos buenos y malos, la venta de humo en vano y la que nos ayuda a seguir adelante. El blanco y el negro, el de cigarrillo que muchas veces genera grandes debates, y el de fogón, que acompañado de una guitarra y “una que sepamos todos” genera algo de nostalgia al pensarlo. “Habemus Papam” dijo alguien alguna vez cuando un humito salió de una pequeña chimenea, “¡Queremos trabajo!” Dijo otro mientras el humo de las gomas lo estaba por intoxicar. El humo es parte de nuestras vidas, aunque no lo veamos. Es como tantas otras cosas que no vemos y sin embargo están allí. Para los hipocondríacos es una causa más para enfermarse. El humo es útil si le encontramos la vuelta. Yo por lo pronto, aprovecho esta humareda y me rajo, a ver si todavía se dan cuenta.

Al mejor estilo Garganta, con un toque de Tato… salvando las diferencias.




¿Cuál es tu humo preferido?

miércoles, 9 de abril de 2008

Soluciones rápidas y sin sentido

Existen cosas curiosas en nuestra vida. Hay momentos en que nos volvemos ridículos e inconscientes, dónde la lógica no es una opción posible. Como cuando escuchamos un ruido en la noche, y nos tapamos con la sábana. ¡Como si la tela fuera blindada!

Particularmente los artefactos nos desvelan, y eso nos incentiva a inventar soluciones caseras e inútiles. En general, son quienes nos empujan al abismo de la incoherencia. Cuando algo no anda, lo primero que hacemos es darle un golpecito. Estamos convencidos de que miles de cables y circuitos son fácilmente revividos con un simple garrotazo contra el sillón. Qué sencillo sería todo si fuera cierto ¿no?

También existe el aire bendito. Todo objeto que no funcione y tenga una cavidad, mediante un poco de aire de nuestros pulmones se arreglará mágicamente. ¿Quién no pegó alguna vez un soplido a un aparato de la casa?

Otra de las opciones, es el tiempo. Siguiendo los consejos del sabio Luis Miguel que canta “dicen que el tiempo cura todo…” solemos dejar un tiempo al artefacto problemático descansar, con la ilusión de que al volver se haya auto-arreglado. Como si fuera cuestión de ganarle por cansancio.

En el caso de que sea un objeto que requiera de encenderse, no lo dudamos. Es harto evidente que cuando falle, apagarlo y prenderlo al rato es la mejor solución. Ese instante en que se apaga, solucionará increíblemente todos los problemas.

Si el objeto en cuestión lleva pilas, intentaremos acomodárselas, sacarlas y volverlas a poner, o incluso cambiarlas. Todos estos, pasos de resignación, porque lo más probable es que el fogonazo no lo haya provocado las pilas.

Finalmente, ninguneados por la superioridad de la tecnología. Habiéndolo intentado todo lo que a nuestro alcance estuvo, solo nos queda hablarle. Mantener una conversación de persona a objeto, y confesarle nuestras debilidades. Descargarnos, decirle todo lo que pensamos y todo lo que nos complica la vida. Quizás no funcione (lo más probable), pero al menos hemos logrado que alguien nos escuche.

viernes, 4 de abril de 2008

Grandes contradicciones de pequeños autores

Cuando vamos al jardín queremos ir a primaria, una vez en la primaria queremos ir a la secundaria. Cuando ya estamos en la secundaria, queremos volver a jardín. En la Facu “que linda era la escuela”, decimos. Mientras estudiamos, deseamos recibirnos. Si terminamos la carrera, añoramos los apuntes entre mate y facturas.

Trabajando o estudiando, queremos tener tiempo libre para hacer miles de cosas que se nos presentan y ocurren. Una vez que ya no hay obligaciones a la vista, no sabemos como matar el tiempo, y nos dan "muchas" ganas de estudiar o trabajar. Cuando estamos de vacaciones, a los diez días morimos por dormir en nuestra cama, charlar con la vieja. Una vez de vuelta, nuestra casa es aburrida, y la familia insoportable.

Y así vivimos, contradiciéndonos, retractando cada palabra y hecho de nuestras vidas sin saberlo. Queremos estar solos cuando estamos acompañados, y la soledad es nuestra peor enemiga cuando no hay nadie a nuestro lado. Creemos en todo, hasta en los curanderos, siempre y cuando estemos en situaciones límites, sino son todos chantas. No reímos de cosas a veces, y cuando otros se ríen nos parece terrible.

Votamos por la señora, y después salimos con las cacerolas. Ya no sé si es hipocresía o biporalidad generalizada. Después de todo, el paso del tiempo y el contexto transforman un celeste en un verde agua, un feo en un lindo, o hasta un amigo en enemigo. Somos ambiguos, y a veces increíblemente. Podemos elogiar nuestro país, y al segundo indignarnos por vivir en él. Menos de equipo de fútbol (salvo excepciones) cambiamos todo. Somos un gran camaleón, y no justamente por lo forros, sino por nuestra condición de cambiar según la ocasión.