domingo, 17 de junio de 2012
Pesimismo de época
Por momentos entiendo ese desfasaje entre el interés de uno y el de otro. No hay nada, ninguna razón, para creer que tenemos un objetivo en común. Nos atraviesa una historia distinta. Nos espera un anhelo diferente. Somos seres opuestos. Permanentemente entrando en contradicción. Asfixiados por la necesidad de complementarnos, de coincidir al menos en lo macro, para chocar en lo micro. Forzamos coincidencias, creamos un mundo fantástico donde nuestra zanahoria es la misma. Nos creemos perros de la misma raza, con los mismos huesos y la misma complexión. Nos pensamos iguales y luchamos contra nuestra propia naturaleza por serlo. Enfrentamos, una y mil veces, la dura realidad de notar la diferencia. Sabiendo que hay una esencia que no podrá ser compartida. Vivimos el desconsuelo de ser algo que no podrá modificarse. La tristeza de alejarse del camino ajeno.Algunos no perciben la diferencia. O quizás sí, pero eligen evitar el mal trago. Callan. Nunca se sabrá quién está sufriendo verdaderamente la realidad y quién mira de reojo y agacha la cabeza mientras sigue adelante con una sana y poco veraz liviandad. Somos solos. Tenemos una concepción única, arbitraria, manipulada, acotada a nuestro campo de visión. Solos buscando ser muchos. Solos intentando reflejarse en otro. Ciegos en busca de luz. Por momentos nos encontramos. Venimos tanteando la inmensidad del aire y chocamos contra otro. Lo sentimos parecido, con problemas similares, incomprendido, perdido. Caemos nuevamente en el error de pensarnos iguales. Somos cíclicos, remontamos viejas derrotas, antiguas decepciones. Creemos estar seguros de la verdad, ser conscientes de la evidente falencia de la realidad, pero no nos importa. Al fin y al cabo siempre terminamos olvidando lo que sabemos. Entramos nuevamente en un laberinto de espejos, ese que ha desvelado a tantos. Nos vemos a nosotros en todas partes, pero no somos nosotros. Solo un reflejo se nos enfrenta. Si nos acercamos, comprobaremos la deformidad de ese clon. Si nos alejamos, la imagen se irá volviendo borrosa, tomará otras formas.No hay seres livianos. El peso de nuestra vida es obligatorio. Nadie escapa de eso. Nacemos y crecemos incrementándolo. Esa carga que nadie conoce realmente. Ni siquiera nosotros, que muchas veces encontramos sobre nuestras espaldas algo que desconocíamos. No nos conformamos. Intentamos librarnos de ella. Buscamos métodos, recetas, ejemplos a seguir. La historia del universo se ha escrito en torno a liberar la carga del hombre. Pero nunca sucede. Podemos cambiarla, incluso traspasarle parte de nuestro peso a otro, pero nunca lograremos estar libres. Tampoco lograremos compartirla. Podremos forjar cargas en común, claro. Pero esta se sumará a la que ya traemos. Nunca un ser ajeno podrá hacerse cargo de nuestro peso. Es nuestro, viene amoldado a nuestra espalda. Tiene el kilaje justo que podemos soportar. A veces más. Nos pone a prueba. Suma pequeños pesos, grandes, medianos. También resta. Nos aliviana para dejarnos crecer, pero cuando estamos demasiado alto nos aumenta el equipaje. Nos vuelve a recordar que somos solos. Distintos. Únicos. Incapaces de encontrar algún otro que comparta lo que llevamos. Pero no escuchamos. Porque también somos inútiles buscadores de algo que nunca vamos a encontrar. Y esa, en definitiva, es nuestra zanahoria.
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