martes, 1 de noviembre de 2011

Una de llegadas...

Cuando llegué, mi tía comenzó a gritar mi nombre y a saludarme a lo lejos. Siempre me pregunté por qué las tías muestran un cariño especial por sus sobrinos. No pasa con sus hijos y mucho menos con extraños. Somos nosotros, los hijos de sus hermanas o hermanos, las víctimas ineludibles de sus gritos desmesurados y sus pellizcones sin anestesia en nuestros cachetes desprevenidos.
Reconozco que la llegada a un lugar debe ser de las cosas más traumáticas para mi. Por eso evito llamar la atención, saludar lo menos posible e ir ganando terreno (como en un partido de rugby), hasta llegar al lugar indicado, que no siempre es el mismo. Si hay comida, cerca de la mesa es la mejor opción. Si se trata de un espéctaculo, un lugar intermedio no está mal. Ahora bien, si es participativo el asunto, bien lejos del mago/ payaso/ animador o cualquier sujeto que intente hacerme parte de su show, es sin dudas lo más aconsejable.
Cuando sos chico a nadie le importa si saludás o no, sos inimputable. Siempre encontrás algún entretenimiento más importante que la reunión en sí. A medida que vas creciendo, el compromiso es mayor. En la adolescencia, cada saludo es un comentario sobre tu crecimiento, tu edad, tu virginidad o directamente tu estado civil. Salvo excepciones, todos los cuestionarios son avergonzantes.
En el pos adolescencia, pensás más en la salida que en la entrada. Mejor si te ven poco, te saludan algunos y ninguno intenta sumarte a una charla, porque vos estás con la cabeza más en el tercer tiempo que en el partido en sí. Contás los segundos, como si una hora en especial te autorizara a desaparecer del lugar (todos sabemos que dos horas, como mínimo, es lo obligatorio para permanecer en una reunión/ cumpleaños/ lo que sea y quedar bien).
Suena feo, lo sé. Pero hay personajes clave que deben verte, y otros que no. Los que organizaron el tema, deben saber que estás y si te ven formando parte mejor. Los que te cuentan historias, te hacen preguntas difíciles de responder o quieren presentarte gente, deben ser esquivados con un ingenio magistral.
Ya más de grande (imagino), las reuniones o eventos van tomando cada vez mayor importancia. Quizás por la falta de planes o por acostumbramiento. Siempre estás primero, por lo que no tenés que saludar, y te vas último, como para volver a sentir el vértigo de volver tarde a tu casa.

A esta altura, mi tía y su grito ya se encargaron de anunciar mi llegada. Misión "saludo general" abortada.

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