domingo, 11 de diciembre de 2011
Tener cancha
Y no hablo de grandes dilemas de la vida ni mucho menos. Ni se les ocurra empezar a crear fantasías con respecto a debates que superan este ámbito. Mi momento ventajoso se da, entre otras cosas, en el preciso instante en que a alguien lo fuerzan a razonar entre la izquierda y la diestra. "Doblá en la siguiente a tu derecha", te dicen, mientras vos vas tratando de adivinar cuál será. Una patadita al aire resuelve la cuestión del hombre que, con varios partidos en el lomo, sabe a ciencia cierta cuál es cuál. Lo que yo llamo: "memoria futbolera".
El tipo tiene claro que Maradona, Chilavert y Messi son zurdos, por lo que la condición de manejar esa pierna le da un plus de antemano a cualquiera. Pero ¡ojo! También sabe que existieron magos como Zidane o Francescoli, que llevaban el guante blanco en la derecha ¡Y cómo!
Un hombre nunca entrará en esa duda fatal, siempre y cuando su vida haya transitado por senderos tapizados de verde césped. Para resolver este dilema circunstancial, solo necesita su pierna hábil (que de antemano sabe cuál es), una pelota imaginaria y un leve movimiento. La derecha, en este caso, es del lado que pateo. Doblo para ahí, piensa.
Pero la "memoria futbolera" tiene algunos beneficios más en su haber. Algunos, por ejemplo, deciden referenciar hechos importantes con la fecha de mundiales o equipos recordados.- Mi hija nació una semana antes de que saliera campeón el Ferro de Griguol - dice uno, que no memoriza el año pero sí el momento. - Yo me casé el año del Mundial en México - acota otro. Los tipos que tienen una número 5 en la capocha recuerdan fechas, lugares, equipos, jugadas maravillosas o hasta hechos curiosos de algún juego. Tienen su medida propia de tiempo, casi sin saberlo.
Pero a veces la memoria puede jugar una mala pasada. Un futbolero puede recordar con exactitud el día en el que Alonso hizo aquel gol con la pelota naranja, pero dificilmente recuerde su aniversario antes de que llegue ese día.
En la medicina la "memoria futbolera" es fundamental. Cualquiera sabe cuándo se trata de una fractura expuesta de tobillo, después de haber visto al Chori Dominguez tirado a los gritos en el Mundial Sub - 20 que se jugó en Argentina. Algunos, incluso, arriesgan tiempos de recuperación y etapas de la lesión.
- Al Beto Márcico le costó 4 meses volver después de que se rompió como vos - le cuenta uno al amigo ¿Quién no recuerda aquella fractura del Diego jugando para el Barça? Maldito Goikoetxea y su fama mal habida.
En fin, es importante saber usar la información en el momento correcto. Por qué no, enrostrar una tarde donde la mano viene jodida para ir a la cancha las cualidades del fútbol y su relación con la vida cotidiana. Algunos dicen que vivimos como jugamos, esa ya es otra historia...
martes, 15 de noviembre de 2011
Hablar...
Los futboleros tenemos costumbres de cancha trasladadas a la vida real. Hay quién dice que jugamos como vivimos, pero es posible también que el juego mismo se meta en nuestras vidas sin darnos cuenta.
En el código de barrio, hablar antes de tiempo está terminantemente prohibido. Hay que esquivar reporteros, rivales, compañeros de trabajo o madres esperanzadas en busca de un vaticinio, una provocación, o un indicio que adelante los hechos. Bajo ningún punto de vista se puede aventurar sobre lo que va a pasar, aunque estemos seguros de que nos favorecerá. Y hablar, que quede claro, poco tiene que ver con la acción de hacer vibrar las cuerdas vocales mientras movemos nuestra boca y decimos algo. Hablar, en la cancha, es decir antes de que suceda, lo que pensamos que puede pasar. O, directamente, presentar credencial de superioridad antes de tiempo. Lo que en la calle sería boconear, jetonear. “Los pingos se ven en la cancha”, frase futbolera si las hay, define la naturaleza de este código.
Hablar, como lo entendemos los “cabeza e´fulbo”, tiene varias connotaciones negativas. Por un lado , todo lo que digamos que puede llegar a suceder según nuestra imaginación y estudio previo, es muy probable que no pase. Y esto ya entra en el terreno de lo místico, de lo cabulero. Se trata de una superstición basada en que nadie tiene la posibilidad de adivinar lo que viene, mucho menos en el fútbol, y por ende, decirlo elimina la chance de que realmente suceda.
Por otro lado, rebajar al otro puede generar el efecto contrario. Un “búemran” que, en vez de achicarlo, al tipo lo agranda. Siempre es más motivador y relajante ir de punto que de banca. Porque, a diferencia de cualquier otra actividad en la vida, en esta siempre hay margen para el batacazo del debilucho. Una esperanza que se agiganta cuanto más menospreciado se siente.
Por último, hablar es perjudicial siempre que el resultado no sea el esperado. Todo lo que digas será usado en tu contra.
En la vida es más o menos parecido. Los que nos críamos saltando en un tablón que se doblaba sin partirse, sabemos que cuando algo está por darse, aunque las probabilidades de que se caiga sean mínimas, no hay que decir nada. Pero ¿cómo explicarle al mundo sin pelota lo que sentimos en ese momento? No hay chances. Para ellos, el silencio es sinónimo de inseguridad, o peor aún, de una reserva egoísta y sin sentido.
Jugamos callados y entrenamos de noche. Andamos motivados pero sin razón aparente. Estamos bien, alegres, pero no decimos nada. Salimos de casa esquivando a los cronistas (madres/ esposas/ novias) que asedian con sus preguntas y pronósticos. Tenemos confianza ¡la puta madre! Pero no podemos decirlo. “Son códigos del fútbol, no insistan más”, nos gustaría decir. Pero pareceríamos Calamaros hablando de vestuarios y salas de ensayo en medio de Plaza de Mayo. Nadie entendería que tiene que ver la bocha en toda esta cuestión. Algunos hasta se animarían a pensar que estamos por firmar con un equipo de primera, a pesar del deplorable estado y nuestro pésimo nivel. Pero bueno, allá ellos, nosotros sostendremos nuestra bandera futbolera hasta la muerte.
Todo está dado para que las cosas salgan como imaginos. Pero no hay que decir nada antes de que sucedan. Tengo un buen presentimiento. Estoy entusiasmado. Ansioso. Algo bueno tiene que salir de todo esto. Algunos saben de lo que hablo, sin hablar. Otros, entenderán con el tiempo (como cuando eramos chicos).
martes, 1 de noviembre de 2011
Una de llegadas...
Reconozco que la llegada a un lugar debe ser de las cosas más traumáticas para mi. Por eso evito llamar la atención, saludar lo menos posible e ir ganando terreno (como en un partido de rugby), hasta llegar al lugar indicado, que no siempre es el mismo. Si hay comida, cerca de la mesa es la mejor opción. Si se trata de un espéctaculo, un lugar intermedio no está mal. Ahora bien, si es participativo el asunto, bien lejos del mago/ payaso/ animador o cualquier sujeto que intente hacerme parte de su show, es sin dudas lo más aconsejable.
Cuando sos chico a nadie le importa si saludás o no, sos inimputable. Siempre encontrás algún entretenimiento más importante que la reunión en sí. A medida que vas creciendo, el compromiso es mayor. En la adolescencia, cada saludo es un comentario sobre tu crecimiento, tu edad, tu virginidad o directamente tu estado civil. Salvo excepciones, todos los cuestionarios son avergonzantes.
En el pos adolescencia, pensás más en la salida que en la entrada. Mejor si te ven poco, te saludan algunos y ninguno intenta sumarte a una charla, porque vos estás con la cabeza más en el tercer tiempo que en el partido en sí. Contás los segundos, como si una hora en especial te autorizara a desaparecer del lugar (todos sabemos que dos horas, como mínimo, es lo obligatorio para permanecer en una reunión/ cumpleaños/ lo que sea y quedar bien).
Suena feo, lo sé. Pero hay personajes clave que deben verte, y otros que no. Los que organizaron el tema, deben saber que estás y si te ven formando parte mejor. Los que te cuentan historias, te hacen preguntas difíciles de responder o quieren presentarte gente, deben ser esquivados con un ingenio magistral.
Ya más de grande (imagino), las reuniones o eventos van tomando cada vez mayor importancia. Quizás por la falta de planes o por acostumbramiento. Siempre estás primero, por lo que no tenés que saludar, y te vas último, como para volver a sentir el vértigo de volver tarde a tu casa.
A esta altura, mi tía y su grito ya se encargaron de anunciar mi llegada. Misión "saludo general" abortada.